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Aquello que buscas está arriba de la nariz, en medio de las cejas.

lunes, 27 de junio de 2011

Un poema por Lina S. Silva

Éste es un poema para no darle la cara, un infierno que muere solo en su infinitud de huellas diáfanas que sabrás borrar. Un poema condenado al olvido por su creador, que escribe con fuerza pero sin firmar, para dejarlo huérfano en sus manos. Un sin fin de letras que se componen impares para ser llamadas al silencio perpetuo de sus comisuras. Un poema para dejar en su escritorio, junto a los pasos confusos de un "adiós" disimulado ¿A qué sabe la venganza? Debe ser un breve elixir de plenitud sin visas a la muerte, ni al contra-ataque, claro, porque bajo sus cejas no vislumbró el daño que se haría así mismo. Por eso aquí  prefiere callar, para no dejar fluir unos desvelos descoloridos y quedarse únicamente en suspiros. Tal vez duelan, pero es mejor que ésto que ha nacido para fallecer, igual que el, igual que todos, pero es mejor que todo. Su poema condenado a muerte crece de izquierda a derecha por el espesor de la hoja sin futuro y sin presente ¿Quién?¿Quién imaginaría que dos palabras hiriesen tanto? Sobre manera aquellas pobres cuyas letras pueden contar una sola mano. Tres sílabas que sí, se está seguro que llegan, y bajo sus ojos y los de muchos más representan la gloria, no para el autor que despide su poema, solo lo que queda, mucho lo que le queda, y aún, lo que le sobra. Dos palabras que de su boca salen triunfantes, pero a ésta boca loca....

Un poema de buenas prosas para cautivar, mejor, para que ayude a desahogar los bailes ligeros que no fueron porque no quisieron, que pudieron y no serán. Hoy una papeleta se opone a lo que cree, se opone al viento violento para despedir un tufo vináceo que explica nostalgia por creer en un suceder de triunfos imperfectos que sucesivamente magullaban al autor. Sollozar no sería lo más justo, prefiere desvivir por aquellas memorias antepone recordar en vez de rebrotar. Buscando el dolor había encontrado mucho más; un libro autómata, un viajero sin rumbo, un recodo de arena blanca, una copa trasnochada, una mano hermana, un sol diario, y finalmente halló en sí un corazón, un corazón herido.

¿A qué sabe la venganza? Ni las flores más bellas la podrían confundir, porque su alma reanuda a ser hielo para volverse  roca, porque su mirada distraída ya no se conforma con pocos minutos de su subsistencia, lo requiere (al irónico autor) en su totalidad.  Franca es la vida si se le responde con naturalidad, bella es la vida si en su nombre se siembra un árbol, pero observa al prosista cabizbajo, no quiere mostrar el brillo en sus ojos ¿Qué mal le habrá maquinado la vida? Escribe ahora porque sus labios no se prestan para mover ni un milímetro de escasez. Yo le cedo mi cuerpo, porque es todo suyo, yo le cedo mis pericias. Aquí está mi lápiz intrépido y mi centro, porque eso que le pasa a mi también me sucedió. Tengo esta voz metida ronca de mentir en sentidos figurados, dedicada al papel que  queda ciego, al que lo lee, ese mismo que sabe que se siente la venganza, que sabe las dos palabras.

Está feliz porque no intuye nada, porque cree advertirlo, pero no, el alcance de sus tres sílabas inmunes al paso generacional, porque la magnitud puede serlo, en gran medida, negativa, si es el escritor quien lo lee de segunda mano y a tercio plazo, si soy quien en él decide volver a su forma natural, para continuar exhalando sin prisa y sin dedicaciones, sin mareos y tormentos, para no volver a fragmentarse en firmas, y no dejarme ni regalarme a trozos.

Éste es un poema para no darte la cara y recordar que mal, que mal me veo reflejada en tus ojos.