Los avisos
contaminan las carreteras. Ya sean anuncios publicitarios, señales de tránsito,
o fotografías arregladas de personas sonrientes que bajo algún signo piden el
voto de uno. Lo pude comprobar en las auroras de los sábados, en los que Amanda
y yo salíamos a montar bicicleta, actividad que ambos tratábamos de disfrutar
al máximo. Todo era feliz, excepto los insultantes avisos, especialmente, esos
que le dicen a uno que hacer o que no hacer. Vienen de rojo, que más allá de su
contenido, ya uno sabe que algo puede ir mal. Si, porque ese color simboliza
tantas cosas, pero cuando uno lo ve plasmado en una situación como la anterior,
evidentemente no es nada bueno. Rojo es lo prohibido, lo tentador, lo que uno
desea pero corre riesgos…las canecas de la basura con componente radioactivo,
el botón rojo en la pared del laboratorio, el pare del semáforo, los labios de
una exótica mujer, y el tan repudiado PELIGRO.
El rojo había sido
mi color favorito. Nunca lo vi expresarse de modo tal como aquel fin semanal de
Agosto. Fue rápido y no tuve miedo. Me desperté antes que mi esposa; ella
durmiendo dulcemente, y yo imaginaba sus recios ojos bajo sus párpados
completando una mirada oscura de las que provocan tomar reversa y meditar un
impar de veces lo que se está haciendo. El reloj digital maquinaba un sombrío
proceder para perturbar el sonido de su respiración. Rojo titilante, anunciaba
las ocho treinta y cuatro.
El turbio amanecer
desplomó un sonido abrumador que renovó
la habitación. Amanda encontró un jugo de naranja en su mesa de noche. Me
sonrío.
El viento frotaba
mis orejas, por un instante la sordez me transportaba a un espacio sin medida,
un lugar sin velocípedos, sin Amanda, sin Caperucita. El ruido de los pedales
me avisaba el término de la colina. Mi cónyuge se aproximaba con su ondeante
cabellera por la izquierda, siempre fue buena para el ascenso. Por sus poros el sudor reflejaba los rayos
solares del medio día. Doce y catorce, diría el aparatoso instrumento. Mas, ahí
viene lo mío, bella declinación, viene la venganza, vengo yo y la falta de
audición.
Fue tarde para
escuchar su advertencia, su grito ahogado de mujer sólida. Gigantescas letras
escarlatas recorrieron mi memoria vial "ZONA ROJA". Un freno en seco,
y atraca mi mente la oscilación de la bandera de esta patria mía... patria
fría, alegoría errada, dimensiones incorrectas. Maltrechos avisos, se
expandieron mis pupilas solo para dilucidar un líquido granate con sabor a
Amanda. Me acostumbro a la vista de los botines del bandolero, porque no me
quiero levantar para no observar los avisos que mi instinto vacío no previo. La
franja roja será más grande, más lúcida. A lo lejos veo que no pude abrir la
ventana que un día iba a dejar volar mi libertad.