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viernes, 20 de septiembre de 2013

Haciendo memoria de un conflicto sin memoria (Sobre Vals con Bashir de Ari Folman)

Alguna vez me obsesioné por la operación de la memoria y por el “arte de recordar”. En medio de mis divagaciones, me preguntaba qué criterio selectivo decidía cuáles experiencias conservar y cuáles no. Por ejemplo, cuando visito aquellos recuerdos de mi infancia (piénsese antes de los 6 años) las imágenes que prevalecen son las correspondientes a eventos tristes: cuando me caí del pasamanos en el parque, el día en que me cortaron el cabello “como un niño”…en fin, sólo malos recuerdos. De hecho, y para tranquilidad mía, la mayoría de las personas a las que incitaba a realizar el ejercicio de rememorar su niñez, se remitían más situaciones tristes que alegres. Con la llegada de nuevas inquietudes dejé toda mi reflexión filosófica, en cuanto al recuerdo, a un lado. Sin embargo, más recientemente, he tenido la oportunidad de retomar tan útil tarea a causa de dos acontecimientos. Primero, en medio de mi clase de neuroanatomía, la profesora solucionó, a la luz de la ciencia, mi cuestionamiento sobre el criterio de selectividad: “las terminales nerviosas relacionadas al dolor tienen mayor implicación en nuestra memoria que la de las terminales ligadas al placer”. Pero ¿cómo se explica entonces que un hombre no pueda recordar absolutamente nada de un evento trágico en su vida, como el ser testigo de una masacre? Ver Vals con Bashir (2008) representó esa segunda oportunidad para continuar con el tema de la memoria. A través de artificios gráficos, el director de la película, Ari Folman, nos relata un acontecimiento tan verídico como un recuerdo. Un recuerdo que puede verse transfigurado por el tiempo, la repetición y la mezcla de otros recuerdos.
Es inverosímil que sea el mismo Ari Folman quien haya reprimido sus memorias y, que al re-conocerlas, decida transmitirlas casi con un doble sentido a través de la gran pantalla. Este doble sentido lo sugiere en medio de la conversación que llevan Ari-personaje y Boaz en una de las primeras escenas de la película. Ari no entiende cómo podría ayudar a su amigo y compañero de combate a enterrar el terror que ha heredado de la guerra pero Boaz pregunta ¿y las películas no pueden ser terapéutica? Esta cuestión deja en claro el carácter paliativo del film. Sin embargo, esta apología a la memoria no es un simple juego de palabras. Es el tema político de la película el que tiene un sentido que se edifica en base a la reconstrucción de los acontecimientos que viven los personajes. Son los gritos femeninos que al final salen de la pantalla recordándonos la responsabilidad por la memoria.

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