Bienvenido...

Aquello que buscas está arriba de la nariz, en medio de las cejas.

lunes, 17 de enero de 2011

"Recopilación de hechos tortuosos" por Lina S. Silva

Fue una necesidad casi inmediata. No hallaba como sofocar mis ganas al escalofrío de tu mirada imperdonable que danzabas a cuanto extraño veías cruzando las calles. Afortunadamente, la mantuviste casi siempre en el suelo, porque, qué no habría hecho yo por rescatar esos ojos perdidos que se escondían en las noches desiertas en las que apaciguaba el frenesí de verte sonreír. Casi atónita, con ese sentimiento que atestaba mis ratos vacíos decidí empezar a temer nuevos encuentros y evadir todo indicio de deseo por robarte aquel tesoro que escondías en tu cabeza. Pero que intento más vago el mío. Poco a poco me fui acostumbrando a relacionarme bajo la vanidad y el orgullo. Mientras tu figura resonaba en mi litera, mi aroma apestaba cada vez más a ti.


No fue razonable esquivar mis tendencias a todo lo tuyo. Tarde o temprano, mis intensas lecturas matutinas se iban convirtiendo en un pasar de letras sinsentido que solo hablaban de ti. Me perdía en los renglones de tu infame comportamiento y suspiraba con cada punto y con cada coma, las ojeadas desprendían un hálito de vientos perdidos, perdidos sólo en ti.
Y en tu miserable universo yo me volvía pequeña, reduciendo mis posibilidades de quitar tu gracia solitaria y ese ámbito misterioso que ellas no sentían, pero que sin distancias apremiaban mi curiosidad por pasar si quiera una tarde acompañada de tu sigilosa existencia. Turbada por los espacios de donaire, me tornaba a pensar en antiguos amores y a realizar tareas forzosas de comparaciones inútiles que no hacían más que torturar un poco más el paso del segundero.
Nuestras conversaciones de medio pelo empezaron a causarme un malestar crónico al que nunca quise llamar amor, para no rebajar la grandeza de su significado. Tus infinitos buzos negros me hacían asociarte con la oscuridad, y así fue como terminé amando aquello que en mi infancia temí tanto, por vincular la noche con la llegada demoníaca de lo desconocido. Entonces, llegado el ocaso trataba de silenciar mi respiración y mis latidos para poder escuchar una minúscula parte de todo lo que significabas. Sin nada que perder, pasaba mis días con diccionario en mano, subrayando cada palabra que se asemejaba a tu discreta semblanza, anhelando sintetizarte en la mínima unidad del lenguaje, cosa que con el tiempo acredité como imposible.
Empecé a mirarme al espejo, a criticar mi genética y mi semblanza. La inseguridad se había apropiado de todo lo que un día fue certeza. Mis sueños ya más constantes me acobardaban y me llenaban de sosiego. A mi madre le hubiese dado lástima verme en esa situación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario